miércoles, 16 de diciembre de 2009

El "Cachete"

Hace unos años en un teatro infantil, los actores llamaron al escenario a los niños que disfrutaban de la función para que participaran en ella. Entre esos niños se encontraba mi hija mayor, que por aquel entonces tendría unos tres años. Mientras se encontraba en la cola, un niño de su edad le dio un empujón en el hombro intentando apartarla. Mi hija se volvió hacia el y lo barrió de arriba abajo con una gélida mirada propia del mismísimo Clint Eastwood. Ante tal respuesta, el susodicho rapaz se giró hacia el siguiente niño de la cola y sin mediar palabra le atizó un mamporro en la cara.

Aquello produjo que la madre del agresor, que había contemplado el incidente desde el principio, se levantase por fin y agarrando a su hijo por el brazo, se lo retorció mientras lo arrastraba hacia el patio de butacas a la vez le propinaba cuatro azotes en el culo acompasados con el grito "Que te he dicho QUE-NO-SE-PEGA".

Me giré hacia mi mujer y una conversación parecida a esta fluyó entre nuestras mentes a través de la mirada:

-"Si no se pega, porqué le atiza"
- "Qué casualidad que los niños pegones son a los que sus padres pegan"
- "Si es que le dan el carnet de padre a cualquiera"

Poco tiempo después el Congreso de los Diputados suprimió los artículos del Código Civil que permitían este tipo de comportamiento que a algunos llaman "dar un cachete" y que yo califico simplemente como "dar una hostia". Desde entonces se han vertido muchas opiniones al respecto, pero siempre usando engañosa palabra "cachete".

Pues no, no existe el "cachete" contra un niño, existen el guantazo, la bofetada, la hostia y el hostión, propios de peleas tabernarias y riñas patibularias, pero que nunca, nunca y repito nunca deberían darse en un ambiente familiar. Dudo mucho que aquellos que otorgan este "recurso didáctico" con sus hijos estarían dispuestos a recibirlo de su cónyuge, su jefe, o su profesor de autoescuela.

El guantazo, no sólo es un maltrato, es el fin de la comunicación, el reflejo de un fracaso personal y el abuso de una posición de poder para descargar la propia frustración. Además ¿quién pone el límite a su número e intensidad? ¿la capacidad del niño de soportar los golpes? ¿si no reacciona se le pega mas y mas fuerte hasta que lo haga?

Estoy seguro que soy un padre manifiestamente mejorable y que muchas de las decisiones que tomo como progenitor pueden no ser acertadas, pero en esta materia soy inflexible: No se debe pegar a un niño, lo cual no significa que no deba ser corregido.

Pero también voy a aceptar mi parte de culpa, pues lamentablemente, cuando veo a un padre arrimarle una bofetada a un hijo, todavía miro hacia otro lado. En eso tendré que cambiar.

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